martes, 15 de julio de 2008

A los que somos.


Hay una extraña sensación en el aire -¿un viento de cambio?- como una propaganda política que se profana tras los pilares de un edificio. Claro, de un importante edificio. Pero los detalles no importan. El punto es: la nueva generación de los años prometidos. Los hijos de los dioses. Un remolino capturado por el milenio, ese remolino de bellezas entorpecidas. Seguramente, aparecerán los escultores, artesanos, piratas y fantasmas, que sabrán pulir, y quizá, hasta sacar brillo de este aparataje. Pero vámonos con calma. Creo en la naturaleza toda poderosa, creo en la pachamama; pero no creo en la inteligencia superficial que acaricia con la punta de los dedos. Así que no nos confiemos de las extrañas manos de los miserables engalanados; prestémosle atención -y la máxima atención- a los que deambulan con trajes raídos, a los ojos turbios, a los lunares que cubren pieles. Mi vida se ha acordado de los suelos que ha marcado, y créanme que la más difícil tarea, es recordar a aquellos perecidos bajo la tierra movediza, a esos soñadores que se escapan con sus amores colegiales, a esos románticos de antaño que prefieren ser volátiles, pero bien certeros en donde pisan. A ellos, el humo del cigarro ha costado sacar a flote, ya que las boyas no son suficiente. Díganme ustedes ¿dónde los encuentro? No me aterra la incertidumbre, me aterra que vuelvan y nuevamente se evaporicen. La belleza se está escondiendo tras los vientos que me develaron las sonrisas enajenadas... y suele ser, que quienes brillan con sonrisas, son precisamente esos que cuesta encontrar. Se abre la berma de posibilidades sobre quienes serán los dioses del mañana... y sin embargo, parece ser que los altares del mundo paralelo, aún no los detiene; y sortean los cupos entre terrestres postulantes de acorazados capullos... y la generación se vuelve perdida...
Claudia